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¿Naturaleza y música juntas?

  • Foto del escritor: Admin
    Admin
  • 28 abr 2020
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 4 may 2021


Antonio Vivaldi es uno de los compositores que cultivó el carácter descriptivo. Genialmente, supo trascender el elemento físico para hablarnos de la actitud humana frente a la vida, en todas sus dimensiones.

“Las cuatro estaciones” es la tarjeta de presentación de Vivaldi, donde la inspiración más fresca llevó a la partitura un reflejo maravilloso de la naturaleza (el canto de los pájaros), no sólo la de los fenómenos atmosféricos (lluvia), sino también la humana, se percibe la euforia y ansiedad, dos rasgos característicos de la personalidad de Vivaldi.



Vivaldi vive en una época donde la sociedad experimenta cambios muy notorios, a raíz de múltiples avances y descubrimientos. La propia naturaleza (arrinconada por el academicismo más abstracto, volcado a menudo en la frialdad conceptual del pensamiento y la técnica) ocupa el podio, y de esta manera el arte se abre a: un público que al instante reacciona porque se ve identificado ante la belleza que siempre rodeó al hombre.


De aquí surge el descriptivismo, aquella corriente que representará a través de un lenguaje las cosas y las sensaciones expresando su esencia, cualidades y circunstancias, el compositor, que deja correr la imaginación y que renuncia a imperativos teóricos, impacta en el oyente, cuyo oído se enriquecerá de tal manera que poco a poco irá asociando el lenguaje musical a situaciones de la vida que le son familiares.


“Las Cuatro Estaciones”

“LA PRIMAVERA”

En el movimiento primero se imita el canto de los pájaros con trinos, trémolos y notas descendentes muy rápidas que parecen de adorno. Una frase sinuosa para el agua de los manantiales, que se convierte en río con la entrada de los chelos, que hacen visible su caudal. Llega la tormenta, con escalas ascendentes para el relámpago y notas batidas veloces para el trueno. Vuelta a la alegría con trinos en grados ascendentes. El “largo” tiene tres planos: el violín, que habla del descanso del pastor; los violines primeros y segundos, la vegetación movida por el viento, y la viola, con un acompañamiento “in ostinato”, haciendo el ladrido.


“EL VERANO”


Abatimiento por el calor en el movimiento primero: silencios que expresan cansancio. Irrumpe el cuco en voz del solista, en un pasaje fogoso que recurre al trémolo para reproducir el canto del ave. Después, se unen la tórtola y el jilguero en una música que otorga fidelidad tímbrica a dichos animales. Tras ellos, soplan vientos: el céfiro, las bóreas (de la mansedumbre a la cólera). Nueva intervención del violín (acompañado por el bajo continuo): en un largo pasaje de escritura cromática se dibuja la inquietud del campesino, que duda si la tormenta le echará a perder todo.


Llega el segundo movimiento, que imita a los insectos, en un obstinado rítmico en puntillos y para los truenos una batida violenta de la cuerda.


“Tiempo impetuoso del verano” encabeza al movimiento tercero. La semicorchea, que casi constituye un “moto perpetuo”. Verdadero furor de escalas en todas direcciones. Entrada enloquecida del violín, con intervalos enormes que deparan mucha violencia. El comienzo es algo trepidante: parece que una tromba hace que el agua vaya subiendo de nivel. Las escalas descendentes parecen el azote del viento.


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